Él es un…ejem…
“ente” formidable. Me atrapa, me envuelve, me enloquece. Durante en día no hago
otra cosa mas que pensar en…él. Presente, insaciable, incansable, siempre ahí.
Me vuelve loco, me rodea, me suprime y me vuelve parte de si. Se hace presente
a cada momento, martilleando, punzando, golpeando mi cabeza en cada pensamiento
para hacerse notar, para dejarme saber que está ahí.
Es en las noches
cuando su furia se desata, pareciera que su energía, su vitalidad se multiplica
al infinito. Me abraza, me consume en su fuego que parece eterno. Ni los
vientos polares ni el témpano más helado tendría posibilidad ante… él. Es en
las noches cuando su incansable energía me atrapa, me envuelve, me desquicia,
me sostiene entre sus miles de brazos, brazos de fuego y de llama eterna, todo
mi cuerpo se ve involuntariamente poseído por…él.
Por las noches,
las malditas noches en las que no me da tregua, si estoy dormido me despierta
como con un golpe contundente, irascible que me envía a un frenesí iracundo
cual si gracia le causara, como si de mí se riera y disfrutara de mi incomodidad,
de mi… dolor y sufrimiento. Nuevamente se apodera de mí una y otra vez, cual
amante incansable y yo cual fiel víctima, destinada a una cita con el diablo de
la que no puede escapar, cada rincón cada célula explota en su presencia.
Es en esas noches
de sudor profuso y de jadeo intenso, de búsqueda por una bocanada de aire
fresco, por un alivio, un aliciente y remedio o sólo un pequeño descanso cual
efímera tregua, cuando miro arriba, exhausto, frustrado, mentalmente agotado y
exclamo (reclamo, ¡demando!) al cielo piedad. ¡Oh, Dios! Si estás en algún
lado, te pido, te ruego… Llévate este
maldito calor que me estoy derritiendo! Che’ perro que no vez?! Me muero, me
duele la cabeza, estoy de mal humor y ya tengo sueño!! Llévatelo ya o mátame de
una vez, lo que sea pero que se acabe!!
Me derriiitoooo! Méndigo sol!
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